Sobre opiáceos, té, amor y otras drogas.

viernes, 27 de enero de 2017

Nos encontramos expuestos a muchos vicios.
Es nuestro deber saber cuál rechazar
y cuál esconder del ojo público.
¡Señor!
No pretendo que usted me mienta,
que afirme ser puro.
¡Por favor!
Estamos en pleno siglo diecinueve,
es sabida la existencia de
madrigueras de la inmoralidad.
Reina, mi Señor,
reina el mal obrar
y el desinterés por los hermanos.
¡Ay, de mí!
Señor, usted me ofende.
Yo jamás podría participar
de tal ofensa hacia la Corona.
Yo jamás podría
defraudar a la Reina.
¡Nuestra Reina!
¡Dios la salve!
¡Dios salve a la Reina!
En las madrigueras
se ha oído hablar de usted, Señor,
oh, ¡mí Señor!
Pero yo no escucho.
Soy sorda ante sus mentiras,
soy ciega ante sus atrocidades
y muda ante la ley.
¡Créame!
No fui yo quien habló de usted.
Pero ahora,
ahora amenaza a nuestra Reina.
¡Nuestra Reina!
¡Dios la salve!
¡Dios salve a la Reina!
¿Qué debería hacer yo, Señor?
Oh, ¡mí Señor!
Usted es todo lo que amo y necesito.
Usted es mi buen camino.
Soy su devota amante,
mi cuerpo es suyo
al igual que lo es mi alma.
Pero oh, Señor,
¡mí Señor!
Usted no puede más que el pecado,
y éste le vence.
Es usted una desgracia.
La Corona se avergüenza,
usted entristece a la Reina.
¡Nuestra Reina!
¡Dios la salve!
¡Dios salve a la Reina!

M. L.